Encontrando la misericordia de Dios

Encontrando la misericordia de Dios January 22, 2012

La misión de Jesús en la tierra se puede resumir diciendo que Jesús vino a enseñar, a curar enfermos y a perdonar pecadores. Fácilmente reconocemos que Jesús es el maestro más grande que ha vivido, pues nos reveló a su Padre, nos enseñó quien es Dios. También rápidamente recordamos historias Bíblicas donde Jesús curó enfermos como los diez leprosos, el siego desde nacimiento y varios paralíticos.

Cuando hablamos del tercer elemento de la misión de Jesús, el perdonar pecadores, siempre escuchamos que Jesús murió en la cruz por nuestros pecados. Decimos que al morir y resucitar Jesús, Él nos abrió las puertas del cielo reconciliándonos con Dios. Jesús nos ha revelado la infinita misericordia de Dios. Nos ha demostrado que lo que más desea Dios es nuestra salvación, así que Dios desesperadamente quiere perdonar nuestros pecados. Como pecadores debemos reconocer nuestro pecado y pedir perdón, y así podremos recibir el perdón y la gracia de Dios.

Consideremos el pasaje Bíblico de la mujer sorprendida cometiendo adulterio en el Evangelio de San Juan, inicio del capítulo ocho. Jesús dice a los maestros y fariseos judíos que quien no tenga pecado que tire la primera piedra. Jesús después de mirar al piso y escribir con su dedo en la tierra, mira a la mujer y haciéndose el sorprendido le dice, “¿mujer dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar.”

Jesús le devuelve su vida a esta mujer al perdonarle sus pecados y dándole la instrucción que ya no peque más. Jesús nos libra de la carga de nuestros pecados al traer la reconciliación a nuestros corazones. Más bien, nosotros mismos somos quienes nos tiramos piedras sin la necesidad de que otras personas nos las tiren. Sería absurdo que la mujer del pasaje Bíblico empiece a tirarse piedras ella misma luego de haber recibido el perdón de Jesús, ¡pero cuantas veces hacemos precisamente nosotros eso!

En su ministerio, el perdón de los pecados se manifestaba también con una sanación física.  Por ejemplo el paralitico a quien Jesús le perdonó sus pecados y luego le sanó su cuerpo en el Evangelio de San Marcos 9, 1-8.

Esta misión de Jesús de perdonar pecados continúa en la Iglesia, que es la presencia de Cristo entre nosotros, el cuerpo místico de Jesús. Jesús les dijo a sus apóstoles antes de regresar a su Padre, “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar (Juan 20,23),” y “les aseguro que lo que ustedes aten aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que ustedes desaten aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo (Mateo 18,18).”

A través de estas palabras, la Iglesia ha sido dada por Jesús el poder de compartir y extender a través de los siglos y los continentes su misión de traer el perdón y reconciliación. La Iglesia a través de los siglos ha ofrecido este perdón a los fieles de diferentes maneras. Obviamente a través del bautismo pero también en una manera muy concreta en el Sacramento de la Reconciliación o Confesión.

El sacerdote puede perdonar por el ministerio de la iglesia ya que él ha recibido autoridad de la Iglesia para conceder a otros el perdón de Jesús mismo. Uno no se confiesa con el sacerdote porque él es buena gente, ni tampoco el sacerdote te perdona porque es generoso, más bien uno se confiesa y recibe el perdón a través del sacerdote porque Jesús le ha dado autoridad a la Iglesia para perdonar.

El sacramento de la reconciliación es para pedir perdón por pecados personales graves a Dios, cometidos desde la última vez que uno se confesó.  Por lo tanto:

Uno confiesa pecados propios, no los pecados o faltas de otras personas hacia uno.
El sacerdote nunca revelará lo que confesó un penitente bajo pena de excomulgación.
No hay necesidad de explicar con todo  detalle cada pecado, simplemente nombrarlo.
No hay necesidad de confesar un pecado ya confesado anteriormente.  Somos nosotros quienes a veces no podemos desprendernos de cierto error que cometimos.
La confesión no es para pedir consejos ni para hablar de problemas, es para pedir perdón y ser reconciliado con Dios.   Si uno desea platicar con el sacerdote de algún problema o dificultad, se debe hacer fuera del sacramento de la reconciliación.

Debemos confiar siempre en la infinita misericordia de Dios.  Debemos recordar que para Dios nuestro pecado es como una gota de agua dentro de un horno caliente.  Solo falta rendirnos a la misericordia de Dios suplicando su perdón y seremos sanados.

Oremos.

Oh Dios, cuya Misericordia es infinita y cuyos tesoros de compasión no tienen límites, míranos con Tu favor y aumenta Tu Misericordia dentro de nosotros, para que en nuestras grandes ansiedades no desesperemos, sino que siempre, con gran confianza, nos conformemos con Tu Santa Voluntad, la cual es idéntica con Tu Misericordia, por Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Misericordia, quien con Vos y el Espíritu Santo manifiesta Misericordia hacia nosotros por siempre. Amén.

Oración de Santa Faustina


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