Nuestra Ciudadanía Celestial

Nuestra Ciudadanía Celestial July 17, 2012

 

[escrito para The Southern Cross, periodico de la Diocesis de Savannah]

San Pablo escribe a los filipenses, “en cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo.”  Cinco veces me han preguntado esta última semana si soy ciudadano norteamericano, y cada vez respondí “no” dejando a las personas perplejas.  Nunca en veintiún años que vivo en este país me han hecho esta pregunta tan seguido.

Como católicos, creemos que la identidad personal no se determina primeramente por la ciudadanía terrenal, pero mas bien por la ciudadanía celestial.  Todos los bautizados somos ciudadanos del cielo, cimiento de nuestra identidad personal.  En el bautismo nos convertimos en hijos adoptivos de Dios, herederos del reino eterno.  Nuestro país natal nos recibe en la tierra, pero nuestro renacer en Cristo injerta nuestra alma en la eternidad.

Inmigrantes que son desplazados de su país natal suelen batallar con su identidad.  Los inmigrantes siempre son identificados como extranjeros en su país anfitrión aunque hayan llegado de niños, y cuando regresan a sus países de origen, usualmente son recibidos como extranjeros pues ya que no residen allí.  El inmigrante no pertenece ni a un país ni al otro.

Hace varios años estaba yo luchando por identificar mi verdadero hogar.  Mi hogar podría ser mi país natal, pero llegue a los Estados Unidos de niño.  Mi hogar podría ser este país ya que he vivido mis años formativos y casi toda mi vida en los Estados Unidos.  Mi verdadero hogar es la Iglesia.  No solo es la Iglesia una institución presente en ambos países, pero la Iglesia sostiene al inmigrante con la gracia de Dios y una comunidad.  Se nota aquí la importancia que la Iglesia esté al alcance de los inmigrantes ya que les provee una identidad fuerte y segura.

Una identidad solida produce personas pacificas, integradas y fieles.  Aquellos sin una, suelen meterse en actividades riesgosas como pandillas, drogas y hasta suicidio.  No me sorprende que entre jóvenes en los Estados Unidos, los hispanos son los que mas intentan suicidarse (CDC).  Estos jóvenes no reconocen su identidad como seres humanos con valor infinito y la Iglesia puede ayudarlos a fortalecer su identidad.

Una señora mayor mexicana me dijo hace unos meses, “Padre, aquí no me quieren, pero si regreso a México, me matan.  No me quieren aquí, no me quieren allá.  ¿Cuando encontrare un sitio donde si me acepten?”

Nosotros somos ciudadanos del cielo.  Todos somos aceptados en la Iglesia.  Todos somos necesarios en la Iglesia.  Todos somos queridos en la Iglesia.  Es dentro de la Iglesia que desaparecen distinciones al compartir todos de nuestra ciudadanía del cielo, nuestro verdadero hogar.

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