Recuerdos de Santa Rosa

Recuerdos de Santa Rosa August 24, 2013

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[Escrito para The Southern Cross]

Recuerdo con claridad un día durante la catequesis de segundo grado aprender algo memorable. La catequista, la Miss Claudine, nos enseñó sobre la primera santa canonizada de América quien en 1671 fue proclamada Patrona de Américas, las Filipinas y las Indias Occidentales por el Papa Clemente X. Esa mañana aprendí  que Santa Rosa había nacido en Lima así como yo, y que se podía visitar su casa. Había visto tantas estatuas de ella en las iglesias de Lima, siempre fiel acompañando los altares laterales junto con San Martín de Porres, pero no supe hasta este día que podía visitar su casa.

Le pregunté a mi mamá sobre la casa de Santa Rosa y después de unas pocas semanas fui en mi primer paseo al centro de Lima (al menos el primero que recuerdo). Había una iglesia apropiadamente pintada de color rosa al lado de un hermoso jardín colonial. En el jardín había una casita de adobe, construida por el hermano de Santa Rosa a pedido de ella para rezar allí, apartada del bullicio de la casa. Su padre era un oficial en la corte del virrey, así que la casa, ubicada a pocas cuadras de la Plaza de Armas de Lima, debió haber sido un lugar muy concurrido.

Recuerdo colocar mis manos dentro de unas impresiones de manos en el adobe de la casita del jardín. Eran impresiones de las manos de la santa.  Mis manitos eran mucho más pequeñas que las manos de Santa Rosa. “Estoy tocando las manos de una santa”, pensé.  Vi un tronco de madera quemado colgando de una pared, se dice que fue quemado por el demonio mismo al enfurecerse por no poder tentar a Santa Rosa. Con temor observé varios objetos con los cuales la santa solía infligirse penitencias físicas.  Imitando a peregrinos a lo largo de los siglos,  escribí una petición en un papelito y lo lancé dentro del pozo del jardín. Mi hermana mayor y mi mamá hicieron lo mismo. Mi petición nunca se hizo una realidad, todavía la recuerdo bien.

Había una pequeña puerta de madera en el jardín que se abría a una calle muy transitada. Santa Rosa solía sentarse al lado de esta puerta por horas, y curaba a los enfermos que se acercaban. San Martín de Porres, un hermano dominico en el convento cercano, a menudo pasaba a saludar a Santa Rosa mientras ella permanecía bajo el umbral de la puerta.  Santa Rosa permaneció siempre en esta casa ya que nunca tomó votos religiosos.

Después de su muerte el 24 de agosto de 1617, fue enterrada como ella lo solicitó en el Convento de Santo Domingo, convento dominico donde vivió San Martín de Porres. Hoy en día, se veneran sus restos junto con los de San Martin en este hermoso convento del siglo XVI, donde se fundó la primera universidad de América en 1551.

Dieciséis años después ingresé yo a la iglesia de Santa María Sopra Minerva en Roma. Había llegado a Roma como seminarista dos días antes. Para mi sorpresa, en el segundo altar a la derecha de la entrada de esta iglesia dominica, encontré la pintura encargada para la canonización de Santa Rosa en 1671. Allí ella estaba, mirándome, junto a la bandera peruana y a la estatua de San Martín de Porres.

En unos días la Iglesia universal celebrará la fiesta de esta santa mística que durante siglos ha inspirado a miles de cristianos a acercarse fielmente a Cristo con gran reverencia, dejando detrás toda vanidad y arrogancia. Lima y sus limeños orgullosamente se identifican con su patrona y comparten con alegría su testimonio cristiano con el mundo entero.

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