Luz en las tinieblas

Luz en las tinieblas November 11, 2013

Mi primera llamada de emergencia al hospital como sacerdote ocurrió pocos días después de llegar a mi primera parroquia. Coloqué cuidadosamente mi envase nuevo con los santos oleos en el bolsillo de mi camisa y en mano tenía el libro de cuidado pastoral para los enfermos.  Tomé el ascensor a la unidad de cuidados intensivos.

Al entrar a la unidad después de haber llamado por el intercomunicador a la estación de enfermería, oí a un hombre decir al verme, “Bien, el sacerdote ya llegó.”  Este señor había estado esperando ansiosamente por un sacerdote.  No esperaba a un sacerdote especifico, sea mayor o joven, tenga mucha o poca experiencia, pero si esperaba a un sacerdote. El señor me dirigió al cuarto donde su esposa estaba acostada, conectada a una serie de máquinas que la mantenían viva. Oré y ungí a la señora moribunda. Cuando terminé, el esposo me agradeció y me fui. En cuanto menos esperaba, estaba sentado nuevamente en mi carro conduciendo de regreso a la parroquia para continuar el trabajo del día. Nunca supe más de la familia.

En lugar de regresar a la oficina de donde me había retirado en medio de una reunión, me dirigí a la capilla del Santísimo. Me senté y pregunté en oración, “Señor, ¿dónde estabas en este momento tan triste y trágico? ¿Dónde estabas mientras los niños de esta mujer lloraban inconsolablemente a causa de la pérdida de su madre? ¿Dónde estabas?”

La respuesta a mis preguntas me sorprendió y me enseñó una valiosa lección sobre el sacerdocio. Dios estaba allí por medio del sacerdote. Dios estaba allí por medio del sacramento de la unción de los enfermos. Al yo enredarme con mis preguntas y tristezas, no había reconocido como Dios estaba obrando por medio del sacerdote.

Hoy un parroquiano mencionó cómo debe de ser difícil atender a un moribundo en el hospital o en casa. Cierto, es difícil. Nadie disfruta de ver morir a una persona o de ver a una familia desconsolada. Sin embargo, es en estos momentos difíciles que el sacerdote canaliza la luz de Cristo hacia las tinieblas de la muerte y el dolor. El sacerdote se convierte en la presencia de Jesucristo trayendo esperanza y consuelo a la experiencia de pérdida y angustia. Esto transforma el acompañar a los moribundos en un privilegio y una bendición.

Durante este mes de noviembre recordamos a los difuntos. Recordamos a todos aquellos que nos han precedido en el retorno al Padre, especialmente nuestros seres queridos. Confiamos en que la luz de Cristo ha conquistado las tinieblas de la muerte, permitiéndonos mantener la esperanza de que los veremos nuevamente cuando todos nos unamos a la multitud de santos en torno al trono de Dios en el cielo. La muerte ha perdido su aguijón, y como sacerdotes, diario lo vemos y damos testimonio a esta realidad.

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