Homilia para Nuestra Señora de Guadalupe

Homilia para Nuestra Señora de Guadalupe December 15, 2013

 

Un sábado de 1531 a principios de diciembre, un indio llamado Juan Diego, iba de madrugada del pueblo en que vivía a la ciudad de México a asistir a sus clases de catecismo y a oír la Misa. Al llegar junto al cerro llamado Tepeyac amanecía y escuchó una voz que lo llamaba por su nombre.

Subió a la cumbre y vio a una Señora hermosa, cuyo vestido era brillante como el sol.  Ella le dijo: “Juanito: el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los habitantes de esta tierra y a todos los que me invoquen y en Mí confíen. Ve donde el Señor Obispo y dile que deseo un templo en este llano. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo”.

Juan Dieguito hablo con el obispo, pero lo ignoraron.  Al regresar a su pueblo se encontró de nuevo con la Virgen María y le explicó lo ocurrido. La Virgen le pidió que al día siguiente fuera nuevamente a hablar con el obispo y le repitiera el mensaje. Esta vez el obispo, luego de oír a Juan Diego le dijo que debía ir y decirle a la Señora que le diese alguna señal.

De regreso, Juan Diego halló a María y le narró los hechos. La Virgen le mandó que volviese al día siguiente al mismo lugar pues allí le daría la señal. Al día siguiente Juan Diego no pudo volver al cerro pues su tío Juan Bernardino estaba muy enfermo. La madrugada del 12 de diciembre Juan Diego marchó a toda prisa para conseguir un sacerdote. Al llegar al lugar por donde debía encontrarse con la Señora prefirió tomar otro camino para evitarla. De pronto María salió a su encuentro y le preguntó a dónde iba.

Juan Diego avergonzado le explicó lo que ocurría. La Virgen dijo a Juan Diego que no se preocupara, que su tío no moriría y que ya estaba sano. Entonces le pidió la señal que debía llevar al obispo. María le dijo que subiera a la cumbre del cerro donde halló rosas de Castilla frescas y poniéndose la tilma, cortó cuantas pudo y se las llevó al obispo.

Una vez ante el obispo Juan Diego desplegó su manta, cayeron al suelo las rosas y en la tilma estaba pintada con lo que hoy se conoce como la imagen de la Virgen de Guadalupe. Viendo esto, el obispo llevó la imagen santa a la Iglesia Mayor y edificó una ermita en el lugar que había señalado Juan Diego.

A partir de ese día, más de ocho millones almas se bautizaron.  El pueblo mexicano empezó a creer con firmeza en las promesas de Dios, abandonaron el sacrificio humano que era parte de la religión Azteca y pusieron toda su fe en el único sacrificio que salva, el sacrificio de Jesucristo sobre la cruz.

Los Aztecas creían que la sangre humana sacrificada hacía que el sol continúe a brillar.  La Virgen María les enseñó que esto era falso y que la victoria de Jesús sobre la muerte es lo que hace brillar el sol.  Les enseñó que su hijo era más poderoso que el sol al eclipsar el sol con rayos solares detrás de ella y la luna oscura bajo sus pies.

La visita de la Virgen de Guadalupe transformó a todo un pueblo.  La visita de la Virgen de Guadalupe llenó de gozo el corazón de Juan Diego, pero a lo largo de los siglos ha llenado de alegría y esperanza los corazones de los habitantes de la tierra.

La Virgencita ha venido a traernos alivio.

María es nuestra madre que siempre nos acepta, nos quiere así como somos.  María es presencia del amor materno de Dios.

María quiere que conozcamos la paz y alegría que solo podemos encontrar en Cristo, una paz y alegría que solo se recibe al vivir reconciliados con Dios.

Cristo no ha venido a poner cargas y pesos sobre nosotros, pero más bien para liberarnos del peso del pecado.  Cristo quiere que vivamos libres! Libres de las pasiones que nos encadenan.

El pecado nos esclaviza, Jesucristo nos libera.

El pecado nos engaña y nos convertimos en sus esclavos.  Jesucristo nos habla con la verdad y nos hace libres.

¡Nos acercamos a Dios, a su madre, no porque somos perfectos, pero porque somos pecadores!

¿Cuantas veces nos dejamos engañar por el pecado y terminamos tristes, desesperados y derrotados?

 

Nos dejamos engañar por el alcohol y la droga, creyendo que ahí encontraremos alivio de nuestras penas y heridas, pero el alcohol y la droga son malos amigos.  Te dejan más vacíos, solos y muchas veces te dejan hasta muerto.

Nos dejamos engañar por el dinero, creyendo que cuanto más dinero tengamos más felices seremos; que cuanto más cosas acumulemos más satisfechos estaremos.  No voy a mentir, el dinero ciertamente ayuda porque nos da estabilidad, pero ese afán y amor desordenado por más y más llega a matar el alma.  El trabajo excesivo por amor al dinero mata la relación de pareja, mata la relación con los hijos.  Los niños necesitan el cariño y cercanía de sus padres, no el último videojuego.

Nos dejamos engañar por el maltrato.  ¡Cuánto abuso ocurre en los hogares, físico y psicológico!  El abuso destruye almas, dejándolas heridas por el resto de sus vidas.  La ira y violencia no solucionan los problemas, más bien los incrementan.

Nos dejamos engañar por el enemigo, el príncipe de la mentira.  ¡Cuántos piensan no tener necesidad de Dios!  ¡Cuántos piensan que es una pérdida de tiempo venir a Misa domingo tras domingo y hacer oración todos los días!  Esta es la gran mentira ya que todos necesitamos a Dios, por nuestro propio bien, para ser liberados del pecado y poder encontrar paz y alegría.

Cristo quiere liberarnos de las cadenas que nos atan y consolarnos en nuestras penas.  Cuanto sufrimiento hay en nuestras vidas y en nuestra sociedad.  Solo encontraremos consuelo y auxilio en Dios.  Solo encontraremos consuelo al acercarnos a la fuente de vida.

¡Cuantas familias separadas por un sistema injusto de inmigración! ¡Cuánta desesperación y tristeza todos los días por detenciones y deportaciones que nunca debieron haber ocurrido!  ¡Cuánto sufrimiento cuando regresa un niño de la escuela y se entera que no verán a su papá o mamá por muchos meses porque será deportada!

¡Que dolor cuando un ser querido está enfermo o muere y uno no puede regresar a su tierra!

¡Que dolor cuando un ser querido se descarrila y se aparta de Dios!  ¡Que dolor cuando algunos insultan a nuestra Iglesia católica que es nuestra madre! ¡O cuando insultan a la Virgencita, Madre de Dios que viene a acompañarnos en este valle de lágrimas que es la vida!

En todo sufrimiento, Dios quiere consolarnos.  Cristo nos promete: Busquen primero el reino de Dios y todo lo demás se les dará dado por añadidura.

¿Buscamos el reino de Dios sobre todas las cosas?  ¿Nos importa buscarlo? ¿Por tu manera de vivir, se nota que eres católico? ¿Se nota que eres Guadalupano?  ¿Si te llevaran a un juez que te acusa por ser católico, habría suficiente evidencia en tu vida para que te condene?

Que María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe que vino al Tepeyac, Nuestra Madre, nos visite a cada uno de nosotros en nuestros corazones.  Que este sentimiento de amor y cariño permanezca a lo largo de nuestras vidas y nos lleve a un encuentro profundo con el Dios que nos salva, con el Dios que se manifiesta aquí entre nosotros.

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