Depositarios de la Memoria

Depositarios de la Memoria September 3, 2014

Cuando regreso al Perú, a menudo visito a la prima de mi abuelo, mi tía Maruja. Durante años ha reunido a su familia para almorzar los miércoles. Cuando voy, usualmente soy el menor por décadas. Una vez mientras se servía la comida, mi tía Maruja explicó que el plato de ese día había sido el plato favorito de su abuela para cocinar. Le encantaba prepararlo porque había sido el plato favorito de su esposo para comer. Su esposo, mi tatarabuelo Emmanuele, murió en el año 1917. Me encontré esta tarde disfrutando de los mismos sabores que un siglo antes habían deleitado el paladar de mi tatarabuelo.

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Cuando tenía dieciséis años, mi abuela me llevó al cementerio israelita de Lima para visitar la tumba de su abuelo. Al hacer una pausa en la entrada del cementerio para buscar el nombre de mi tatarabuelo inscrito en una placa, un jardinero se me acercó con una kipá para colocar sobre mi cabeza.  Al poner una piedra sobre la tumba de Hermann Abramsohn, mi abuela me contó acerca de su abuelo fallecido veintitrés años antes de que ella naciera.  Hermann salió de Prusia en la década de 1860 durante la guerra de unificación alemana después de recibir un disparo casi mortal en el pecho. La bala permaneció alojada cerca del corazón, así que para el resto de su vida tuvo que ser cuidadoso de no recibir algún golpe en el pecho. En Lima se casó, tuvo cuatro hijos y abrió una tienda de tabaco. Durante los días de carnaval previos a la cuaresma en 1897, Hermann abrió su tienda contra los deseos de su esposa Rosaura. Estando parado en la puerta del almacén, le cayó un globo de agua cerca del corazón, se desplomó y murió.

Durante el Asamblea Provincial de Sacerdotes en Savannah hace tres semanas, el padre Nicanor Austriaco, OP, compartió con nosotros las palabras de San Juan Pablo II, que los ancianos son los “depositarios de la memoria colectiva.” En un mundo donde a muchos de los ancianos se les echa a un lado y se sienten sin propósito, la vocación de los ancianos es casualmente compartir con las generaciones más jóvenes su sabiduría, consejos y enseñanzas. Los ancianos son capaces de descubrir la providencia y la misericordia de Dios al recordar su pasado y al mismo tiempo ayudar a los jóvenes a hacer lo mismo. En su Carta a los Ancianos, Juan Pablo II escribió que “excluirlos es como rechazar el pasado, en el cual hunde sus raíces el presente, en nombre de una modernidad sin memoria.”

He encontrado al pasar tiempo con personas ancianas de mi familia y mi familia parroquial, que mientras los jóvenes encuentran inspiración en sus sueños del futuro, los ancianos encuentran inspiración en sus recuerdos del pasado. Las personas mayores guardan recuerdos que arraigan y guían  familias, sociedades enteras y la iglesia. Para que esto se desarrolle, los ancianos necesitan nuestro tiempo, respeto y amor. Las dos historias que compartí, son dos de las tantas historias que me arraigan a mi pasado, y tuve el privilegio de conocerlas porque me tomé el tiempo para escuchar.

En su Carta a los Ancianos, Juan Pablo II citó al griego Focílides, “respeta el cabello blanco: ten con el anciano sabio la misma consideración que tienes con tu padre.”  Al seguir este consejo, todas las generaciones serán enriquecidas, enraizadas y encontrarán plenitud a través de los recuerdos compartidos.


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