Homila sobre el sacerdocio

Homila sobre el sacerdocio August 16, 2015

Estas últimas semanas hemos venido escuchando del evangelio de San Juan.  Escuchamos como hace 2,000 años Jesús enseñó a quienes lo seguían poco a poco sobre el gran regalo que él les dejaría.  ¿Qué regalo?  El regalo de Sí mismo, el gran regalo de su propio cuerpo y su propia sangre.

¡Con que claridad nos habla Jesús en el evangelio de hoy!

“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él… El que come este pan vivirá para siempre”.

Desde tiempos bíblicos, la iglesia ha reconocido en estas palabras de Jesús algo muy grande: que Jesucristo nos prometió permanecer siempre con nosotros y darnos vida eterna. Lo que debemos hacer es comer de su cuerpo y beber de su sangre.

San Ignacio de Antioquia, gran santo mártir que murió setenta años después de Jesús, escribió: “Deseo el Pan de Dios, el cual es la carne de Jesucristo … y por bebida deseo su sangre, la cual es amor incorruptible.”  No había duda en su mente, ni en la mente de los primeros seguidores de Cristo, que el pan y el vino se transformaban en el cuerpo y sangre de Cristo.

San Ireneo, quien vivió unas decadas después, escribió, “Jesús ha declarado que el cáliz, parte de la creación, es su propia sangre … y el pan, parte de la creación, ha establecido como su propio cuerpo.”

No dudemos hermanos y hermanas, que Cristo está aquí presente entre nosotros para acompañarnos, consolarnos y perdonarnos.  Él lo prometió y él es siempre fiel a su palabra.

Durante la última cena Jesús reunió a sus doce apóstoles y les pidió que “hagan esto en memoria de mí.”  Que bendigan el pan y el vino, para que así se transformen en su cuerpo y sangre.  En la noche de la última cena, Jesucristo envió a los doce apóstoles no solo a predicar el mensaje que habían recibido, pero también a celebrar estos ritos que hasta hoy, 2000 años después, continuamos celebrando.

Los primeros apóstoles, los primeros sacerdotes de la Iglesia, entregaron sus vidas para llevar el mensaje de Jesús a todas las naciones.  Dejaron todo detrás para seguir un llamado único y personal de Jesús mismo.  Jesús los llamó porque los necesitaba para hacer realidad su misión.

Jesús no solo llamó a los doce apóstoles, pero Jesús ha continuado llamando a hombres a través de los siglos para seguirlo de una manera única y personal como sacerdotes.  Ha llamado a miles de hombres para continuar la misión que El mismo inicio; una misión que anuncia misericordia y esperanza a toda la humanidad.

Jesús continua llamando a hombres, jóvenes y a veces no tan jóvenes, a servirlo como sacerdotes.  Los invita a entregar sus vidas completamente por el bien del Reino de Dios.  El sacerdote, aunque no perfecto, se convierte en la imagen de Jesucristo entre nosotros.  En el nombre de Jesús, el sacerdote celebra la Misa donde Jesús mismo transforma pan y vino para alimentarnos.  En el nombre de Jesús, el sacerdote perdona los pecados de aquellos que se confiesan.  En el nombre de Jesús, el sacerdote aconseja, guía y hasta a veces regaña, a aquellos que desean acercarse más a Dios.

Ser sacerdote es un privilegio no merecido.  Todo buen sacerdote es consciente de que él es sacerdote no por sus grandes habilidades o méritos personales, sino porque ha sido llamado por Dios para desempeñar un papel especifico en la Iglesia.

El sacerdote es verdadero Padre del pueblo que Dios mismo le ha confiado.  Por eso nos llaman “Padre,” porque somos verdaderos Padres de nuestra gente.  Así como ustedes padres de familia son verdaderos padres de sus hijos; así también sentimos nosotros los sacerdotes amor y responsabilidad por nuestros hijos.

El sacerdote es un hombre que goza al ver que Dios obra en la vida de los demás.  El sacerdote tiene el privilegio de ser invitado a las vidas de tantas personas para compartir alegrías y cruces.  El sacerdote se convierte en la presencia de Jesús entre su pueblo, continuando la misión que Jesús inicio y encargó a esos primeros apóstoles.

Aquí en nuestra diócesis de Savannah, aproximadamente la mitad de los católicos somos latinos.  Ustedes mismos saben de las grandes necesidades que existen en nuestras comunidades.  Necesitamos sacerdotes y Dios está llamando a muchos de nuestros hijos a que lo sirvan como  sacerdotes.

Les pido que oren con fervor para que Dios continúe enviándonos buenos sacerdotes con corazones grandes y serviciales.  Les pido que oren por los niños de esta parroquia, para que tengan la valentía y fe para responder al llamado de Dios a servirlo como sacerdotes.  Les pido que apoyen a sus hijos cuando demuestran interés por las cosas de Dios, motivándolos y no apagando su curiosidad o distrayéndolos con otras cosas.

A los jóvenes aquí presentes, estén abiertos a esta posibilidad, que Dios puede estar llamándote a ser su sacerdote.  Yo nunca pensé que sería sacerdote, pero fue Dios quien vino a mi encuentro cuando tenía 19 años.  Nunca se me ocurrió ni lo consideré.  Pero ahora no puedo imaginarme vivir mi vida de ninguna otra manera.  La vida del sacerdote es una vida que te llena de gran satisfacción.  Una y otra vez, encuestas demuestran que los sacerdotes son las personas más satisfechas con su trabajo, seguidos por policías y bomberos.

Los sacerdotes estarán solos cuando regresan a su casa, pero les digo, como sacerdote nunca he sentido soledad.

El sacerdocio es un regalo que Cristo nos da como pueblo de Dios.  Es a través de sus manos que Jesús viene a nosotros a alimentarnos, es a través de sus palabras y acciones que Jesús se hace presente.  Pidamos en esta Misa por nuestros futuros sacerdotes, que más que seguro, uno o dos están ya aquí presentes en esta Misa.

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