Vi a un joven llorar

Vi a un joven llorar August 5, 2015

Hace unos días vi a un joven llorar en público en la Calle Calhoun. Lo vi antes de poder escucharlo ya que yo estaba al otro lado de la calle. Lloraba desconsoladamente, con su cintura ligeramente doblada para que sus brazos puedan asentarse sobre la valla temporalmente colocada para mantener a la gente sobre la acera. Con la cabeza inclinada hacia abajo, podía ver sus ojos llenos de lágrimas cada vez que levantaba su mirada como para respirar aire fresco.  Algunas mujeres estaban paradas a su lado. Estas no lloraban, pero lo observaban con gran preocupación. Cuando me acerqué al memorial improvisado compuesto de velas, flores y mensajes en la fachada de la Iglesia Africana Metodista Episcopal Emanuel en Charleston, Carolina del Sur, el llanto del joven afro americano se transformó en un profundo e inquietante lamento.

For English clich here [escrito para The Southern Cross]

“Tal vez conocía a una de las nueve víctimas asesinadas aquí,” me hizo concluir el grado de su dolor. Al alejarme hacia la oscuridad después de rendir mis respetos en el memorial, me puse a pensar más acerca de este hombre que lloraba inconsolablemente. Consideré que quizás no conocía  a ninguna de las nueve víctimas, y por lo tanto, no estaba llorando por la pérdida de un ser querido, sino más bien, lloraba por lo que un crimen tan cruel y sin sentido indicaba sobre la sociedad actual.

Nuestro país ha cambiado enormemente en los últimos cincuenta años en cuanto a relaciones raciales. Lo que habría sido inconcebible en 1965, hoy es una realidad. Se ha progresado en el desmantelamiento de antiguos prejuicios hasta el punto de elegir hace siete años al primer presidente afroamericano. El joven que lloraba fuera de la Iglesia Emanuel en Charleston, lamentaba la realidad que a pesar de avances y progreso, arduo trabajo y sacrificio, mucho queda por hacer. Lloraba porque el sueño del Dr. Martin Luther King Jr y millones de otros americanos todavía es un sueño que a menudo se esfuerza por convertirse en una realidad. Lloraba porque el bombardeo en 1963 de la Iglesia Bautista en Birmingham, Alabama que mató a cuatro niñas parecía repetirse en Charleston. Lloraba porque una comunidad cristiana abrió sus puertas a un desconocido, a un joven que llegó al estudio bíblico, y estas personas de buen corazón terminaron muertas. El amor siempre implica un riesgo, y estas nueve víctimas asumieron el riesgo de mostrarle amor a un joven y pagaron con sus vidas.

Comprendo la razón por la cual este joven lloraba desconsoladamente en público. Al caer suavemente sus lágrimas sobre la acera de la Calle Calhoun, continué marchándome a pie, mucho más consciente del terrible crimen que había ocurrido en ese lugar el 17 de junio de este año.

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